Transitando por la congestionada ciudad en la que habito, de repente vino a mi mente la
frase de un joven, que hace ya algunos años
realizó con mi esposa y conmigo el curso prematrimonial. Él, que también como nosotros en aquel momento se preparaba para dar
el gran paso, contaba su experiencia de vida, como vio a sus abuelos celebrar sus cincuentas años de casados y luego en poco tiempo ver como su abuela se desvanecía producto de una cáncer que iba apagando su vida, como suele hacer el cáncer, con dolor y sufrimiento. Lo triste de esta enfermedad es que apaga poco a poco la vida del enfermo y con ella la alegría de las personas que les aman. Lo cierto, es que con nostalgia recuerdo como este joven con lagrimas en los ojos, decía
Yo quiero uno así, quiero un matrimonio como el de mis abuelos.
Su abuela, en medio de su enfermedad era asistida y cuidada por su esposo, que como imaginarán también era un anciano, los hijos y nietos se preocupaban por el viejo, pero esté le decía que él se debía a su esposa. Tan abnegado era el señor, que prácticamente no se apartaba de ella.

El día que nadie quería que llegara , llegó. La abuelita falleció y ese día con la partida del amor de su vida también se fueron las fuerzas del abuelo. Él, se desmayó, y todos pensaron lo obvio: no aguantó el dolor, pobre hombre, se le fue el amor de su vida. Ya en el hospital, el abuelito hace algo que nunca había hecho mientras su señora esposa estuvo enferma, se queja. Declara que tiene una dolencia a nivel abdominal, luego del rutinario chequeo médico y los exámenes correspondientes, el doctor que le examina. comunica a los familiares lo impensable. El señor tenía cáncer de estomago. ¿Pero si nunca se quejó? ¿Pero, cómo, si no dijo que algo le molestaba? Se preguntaban. Lo cierto es que el señor, quedó hospitalizado, el cáncer era muy avanzado y en menos de una semana falleció. Todos se preguntaban ¿cómo pudo soportar el dolor que produce un cáncer de estómago? ¿cómo pudo un señor con esa edad, aguantar durante no se sabe cuanto tiempo ese pesar, sin proferir una palabra?
El abuelito, cargó con su cáncer "silencioso", durante toda la enfermedad de su amada. Sólo y sólo cuando, ya su esposa había partido, cuando ya no había más nada que hacer. Fue cuando bajó la guardia y mostró su dura realidad, el peso que cargaba y que nadie sabía. Aquel secreto que guardaba, para no distraer a la familia y toda la atención la recibiera su esposa.
Ésto escapa a nuestra lógica, ésto solo se puede entenderse desde el corazón. Para comprender tal sacrificio, tal entrega, tal servicio. No puede, no debe verse con los ojos de la razón, debe verse con los ojos del amor. Con lágrimas en los ojos, con aliento entrecortado, éste joven contaba su historia y no sabía el favor que me hacía, pues yo también en mi interior repetía, pensado en mi futuro matrimonio: YO QUIERO UNO ASÍ.
Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo - Educador
“Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”
Antonie de Saint-Exupéry
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