No jugó con los niños y perdió
Hoy observé a mis hijos, pero como quien observa lo desconocido. Hice el esfuerzo de no verlos con los sentimientos de padre que me nublan el pensamiento, pues los amo tanto que no podría verlos, sin querer involucrarme al instante en sus juegos. Ellos bailaban, corrían, saltaban, cantaban, preguntaban con el asombro de un científico por realidades que para mi ser adulto son nimiedades y luego pensé, ¿que bueno es ser niño? Para ellos todo es nuevo, todo, absolutamente todo, existe desde el momento que ellos los disfrutan, por ejemplo: en estos dias al llegar del cine mi hijo Alejandro me preguntó: ¿papi cuándo eras niño existía el cine? Les confieso me sentí viejo, pero ese no es el punto de este artículo. Como les decía, todo es nuevo y cualquier caja puede convertirse en un robot, unas cosquillas pueden ser mejor que un parque de diversiones. Los niños son sencillos, y disfrutan la vida. Un signo de una niñez sana, es la sonrisa brillante en sus pequeñas caritas. Pero, ¿por qué esa sencillez se escurre de nuestras vidas? ¿por qué la sonrisa desaparece de nuestros rostros a medida que crecemos y "maduramos"?. Quién habrá grabado en el subconciente colectivo la falsa idea que la madurez es amargura, es andar con el ceño fruncido, es sonreir lo más mínimo. Con ello matamos el niño feliz que vive en nosotros. En diferentes formaciones que he recibido, los facilitadores nos han repetido, una y mil veces, sonrían, jueguen con los niños, admiren lo bello del día a día. Ese pensamiento no es nuevo, pero sigue alzandóse como una primicia en un mundo donde ser como niños es anómalo. El gran poeta chileno Pablo Neruda escribió: El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. Los terapeutas aconsejan esto, los psicólogos, los psiquiatras y hasta el Papa Francisco ha dado el ejemplo, cuando dejó que un niño se le acercara en la homilía y lo dejó jugar.![]() |
Foto: Reuters |
PD. Escribí este artículo con mi hija menor que no me dejaba escribir bien, pues quería estar en mis brazos. No fue fácil, pero es un acto de amor.
Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo y Educador
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