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jueves, 31 de julio de 2014

Yo quiero Uno así

Transitando por la congestionada ciudad en la que habito, de repente vino a mi mente la frase de un joven, que hace ya algunos años  realizó con mi esposa y conmigo el curso prematrimonial. Él, que también como nosotros en aquel momento se preparaba para dar el gran paso, contaba  su experiencia de vida, como vio a sus abuelos celebrar sus cincuentas años de casados y luego en  poco tiempo ver como su abuela se desvanecía producto de una cáncer que iba apagando su vida, como suele hacer el cáncer, con dolor y  sufrimiento. Lo triste de esta enfermedad es que apaga poco a poco la vida del enfermo y con ella la alegría de las personas que les aman. Lo cierto, es que con nostalgia recuerdo como este joven con lagrimas en los ojos, decía  Yo quiero uno así, quiero un matrimonio como el de mis abuelos.

Su abuela, en medio de su enfermedad era asistida y cuidada por su esposo, que como imaginarán también era un anciano, los hijos y nietos se preocupaban por el viejo, pero esté le decía que él se debía a su esposa. Tan abnegado era el señor, que prácticamente no se apartaba de ella.

El día que nadie quería que llegara , llegó. La abuelita falleció y ese día con la partida del amor de su vida también se fueron las fuerzas del abuelo. Él, se desmayó, y todos pensaron lo obvio: no aguantó el dolor, pobre hombre, se le fue el amor de su vida. Ya en el hospital, el abuelito hace algo que nunca había hecho mientras  su señora esposa estuvo enferma, se queja. Declara que tiene una dolencia a nivel abdominal, luego del rutinario chequeo médico y los exámenes correspondientes, el doctor que le examina. comunica a los familiares lo impensable. El señor tenía cáncer de estomago. ¿Pero si nunca se quejó? ¿Pero, cómo, si no dijo que algo le molestaba? Se preguntaban. Lo cierto es que el señor, quedó hospitalizado, el cáncer era muy avanzado y en menos de una semana falleció. Todos se preguntaban ¿cómo pudo soportar el dolor que produce un cáncer de estómago? ¿cómo pudo un señor con esa edad, aguantar durante  no se sabe cuanto tiempo ese pesar, sin proferir una palabra?

El abuelito, cargó con su cáncer "silencioso", durante toda la enfermedad de su amada. Sólo y sólo cuando, ya su esposa había partido, cuando ya no había más nada que hacer. Fue cuando bajó la guardia y mostró su dura realidad, el peso que cargaba y que nadie sabía. Aquel secreto que guardaba, para no distraer a la familia y toda la atención la recibiera su esposa.

Ésto escapa a nuestra lógica, ésto solo se puede entenderse desde el corazón. Para comprender tal sacrificio, tal entrega, tal servicio. No puede, no debe verse con los ojos de la razón, debe verse con los ojos del amor. Con lágrimas en los ojos, con aliento entrecortado, éste joven contaba su historia y no sabía el favor que me hacía, pues yo también en mi interior repetía, pensado en mi futuro matrimonio: YO QUIERO UNO ASÍ.


Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo - Educador



  “Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”

 Antonie de Saint-Exupéry

martes, 29 de julio de 2014

El Sentido de Vivir

En estos días estaba viajando por el ciberespacio y fui a parar a una página pro atea, me llamó la atención una imagen que rezaba lo siguiente: haga lo que hagas nuestro destino termina aquí. Era la imagen de una lápida en un cementerio. Mas allá del tema de creer o no en Dios (que como ya saben, quienes me han leído soy creyente) está el tema de la trascendencia. Como muchos, no soy partidario de pensar que nuestra vida se agota en la muerte, pues estoy consciente que en  otras personas tenemos continuidad, por ejemplo en nuestro hijos, alumnos, familiares y en todos aquellos a quienes les seamos  significativos, de ahí,  que me atrevo a decir, debemos tener continuidad. Me niego a creer que con nuestra muerte se acaba todo,  me niego a pensar que todo lo que hacemos se lo traga la tumba, no acepto la idea de una vida efímera,  sin significado,  sin sabor, sin dejar una estela, sin trascendencia. Trascender tiene que ver con ir mas allá,  con no ser mediocre, es decir, como diría los estadísticos,  quedarse en la media, en la mediocridad de no ser más que otro común mortal. Hay que mirar mas allá. Quién vive  mirando  la trascendencia,  no se queda enfocando su vista al suelo, mira al horizonte, y camina hacia él.
La historia está llena de grandes personajes que se atrevieron a mirar mas allá.  Que no se quedaron en la media, que no fueron mediocres.  No les estoy pidiendo que sean megalómanos (patología psicológica relacionada con el  complejo de grandeza), sino que crean que puede hacer algo distinto. Como diría una profesora que tuve  dar el valor agregado en el día a día. Martín Valverde -cantante y predicador católico- ha dicho en diversos conciertos: no puedes pasar tu vida como una maceta de corredor. Esta frase me ha hecho reflexionar y la  he tomado como bitácora de vida,  la misma la he repetido en innumerables cursos, talleres, conferencias,  clases, congresos, claro siempre citando a Valverde.  Porque es muy visual la analogía entre la vida y una maceta (matero) de corredor. Como quien pasa por la vida sin ser notado, sin decir con sus buenas acciones: aquí estoy! 
Hay personas que pasan por la vida sin mirar más allá, sin pensar que dejarán para la posteridad.  Unos de los grandes problemas de la sociedad que nos ha tocado vivir, es que cuando se habla de posteridad muchos piensan en acumular riquezas, y déjenme decirles que las riquezas sino conllevan un aporte al crecimiento de otros, a través de la filantropía u otros actos de caridad, no serán más que carne de carroña, con buitres sobrevolando la riqueza monetaria de la persona adinerada esperando que ésta fallezca,  para hacerse de ella. En cambio, las acciones hechas con el sentido de donación,  de entrega, de servicio al otro, en la mayorías de los casos se agradecen (digo en la mayoría, porque se han visto casos de personas mal agradecidas hasta el extremo) y generan experiencias significativas que afectan e influyen la existencias de otros. Bien claro lo tenía el filósofo personalista Enmanuel Mounier que nos dejó su axioma: «la persona se gana perdiéndose; se posee, dándose». Profunda frase que nos lleva a recordar con alegría a aquellos familiares, llámese padre, madre, abuelo, hermana o  amigos, maestros, -y por qué no hasta la suegra- pensando que algo nos enseñaron,  que en algún momento nos ayudaron, o en aquel momento grato que junto a ellos pasamos, en fin, en esos momentos donde su vida fue donación. Esos recuerdos, esas experiencias vividas, quedan como marcas en nuestras vidas, las transforman y muchas veces sin darnos cuenta, nos hacen crecer. Ahora bien, vivir con sentido, es reconocer que todas nuestras acciones influyen, afectan, motivan y  transforman la vida de mucho.  De tener esa conciencia de trascendencia,  del poseerse a si mismo, del querer ser recordado como alguien importante en la vida de quienes vivieron contigo, va depender la continuidad de tu persona,  va depender tu legado. Puedes acumular bienes, títulos, fortuna, fama, pero eso como en la imagen mencionada al inicio, se queda en la tumba. Sólo las buenas acciones perdurarán en el tiempo, sólo y únicamente así,  se puede trascender. Ahí radica el sentido de vivir.

Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo - Educador


martes, 22 de julio de 2014

El Hombre Lobo existe

      En diversas culturas, existe la leyenda de la persona que herido por una maldición al presenciar la luna llena, se transforma en un Hombre Lobo. Infinidades de canciones, cuentos y películas ha enriquecido esta leyenda del Hombre Lobo o  Licántropo  ( λύκος, lýkos ['lobo'] ; άνθρωπος, ánthrōpos ['hombre']). 
 
 
Siempre me ha llamado la atención del Hombre Lobo la incapacidad de controlar sus acciones y en ciertas historias trágicas termina asesinando a sus seres queridos.
Muchos de nosotros, de niños, pudimos tener pesadillas con esta despreciable criatura, lo que nos consolaba era saber,  por boca de nuestros padres que el Hombre Lobo no existía. Lamento decirles que nos mintieron.
 
Quien comparte con ustedes es una persona seria (todos lo dicen hasta que me conocen) y por ello, con  la autoridad que me compete, aclararé la afirmación con la que titulo este artículo. Pues si, el Hombre Lobo existe y nuestro padres nos mintieron.  Lo primero que hay que hacer es quitarnos la imagen caricaturesca del Licántropo,  con su abundante  pelaje, los grandes dientes y las garras. Para luego analizar cada uno de estos elementos (pelaje, dientes filosos, garras), que son signos característicos de un animal bestial, dotado con un conjunto de armas naturales para atacar y destruir. El pelaje lo protege de los embates del ambiente, los dientes filosos, sirven para amenazar cuando se muestran, para morder, desgarrar y comer; por su  parte las garras arrancan la piel de la víctima y la inmoviliza.
Existen en la actualidad hombres lobos caminando entre nosotros, son todas aquellas personas que pierden el control de sus  acciones,  no por causa de la luna llena,  sino por falta de inteligencia emocional,  es decir, no tienen control de sus acciones y acuñen su desenfreno, gritos, rabietas, a la  influencia de otras personas,  con las cuales tuvieron algún impase o discusión, y el mal humor fruto de ese encuentro lo trasladan a otras personas.
 
Muchas veces, para tristeza de muchos, estos licántropos modernos ocupan puestos de mandos (a ellos le decimos jefes, padres, madres, maestros, autoridades civiles, entre otros) y su pelaje es el cargo o rol que lo protege,  sus dientes filosos son , bueno, son sus dientes filosos que enseñan antes de proferir insultos contra los subalterno (empleado, alumno, hijo, ciudadano) y comérselo, y las garras son  las palabras y frases hirientes que utilizan para inmovilizar y desmotivar a sus víctimas.
Hace algún tiempo,  trabajé en un centro educativo.  Todas las mañanas, saludaba a  mis compañeros y muy a menudo les jugaba alguna broma verbal, con la intención de hacerlos sonreír desde temprano. Para el momento cuando ocurrió la anécdota que les contaré, era nuevo en el colegio y no conocía los por menores de las interrelaciones personales de algunos compañeros y jefes que estaban heridos por la maldición del Hombre Lobo.
Una mañana de abril, llego yo, inocente cordero al colegio,  sin saber que en esa mañana un compañero (jefe) estaba convertido en  Hombre Lobo. Como les decía, cual inocente cordero llegué al colegio y fui saludando como todos los días y jugando una que otra broma verbal, en mi rutina diaria hasta llegar a mi sitio de trabajo. Cuando de pronto, como si fuera Van Helsing, un compañero me saca de mi ruta y apartandome me dijo: !No vayas a jugarte con Antonio!  (nombre artístico para no pagar derechos de autor) porque anoche discutió con su mujer y se está comiendo a quien se le cruce en el camino.
Para Antonio,  discutir con su esposa era la luna llena que lo transformaba. Cuando recibí esa información y luego, cuando vi como ofendía y devoraba a un colega, pensé: ¿Cómo aquí saben que él tuvo un altercado en casa? y lo otro y no menos importante me salvé!.
Con el paso de los meses, como cazador mitológico aprendí a visualizar -cuando estaba mutado- al hombre lobo en mi jefe.

Ésta situación, me llevo reflexionar sobre nuestro comportamiento con las demás personas. No es posible, que traslademos nuestras emociones negativas a otros, no es derecho nuestro maltratar a los demás, ni es deber de los otros recibir nuestra ofensas.
Desde siempre en nuestra humanidad, ha existido esta dualidad y por ello diversos filósofos han reflexionado son el tema el cuestión, el autocontrol, por ello Platón expresó claramente en su obra La República, ésta situación medular de la vida de toda persona: en el alma del mismo hombre hay algo que es mejor y algo que es peor; y cuando lo que por naturaleza es mejor domina a lo peor, se dice que «aquel es dueño de sí mismo», lo cual es una alabanza” (Platón, La República, 431, a-e)

Debemos reconocer, que todos en algún momento hemos sido, Hombres Lobos y hemos hechos daño. Ahora bien, es nuestro deber con la humanidad tomar conciencia de nuestras flaquezas y pensar antes de actuar. Pues, es mejor enseñar los dientes con una sonrisa, que mostrarlo como perro rabioso.

Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo - Educador




 
“Es muy importante entender que la inteligencia emocional no es lo contrario de la inteligencia, no es el triunfo del corazón sobre la cabeza – es la única intersección de ambas.” (David Carusso)

martes, 8 de julio de 2014

Gracias a las Friticas

 

Gracias a las Friticas!

Causalidad y casualidad tienden a confundirse en el lenguaje cotidiano. Antes de definir cada concepto, es bueno recordar que entedemos por semántica de las palabras, que de manera sencilla se podría decir que es contenido y significado que se le da a un concepto.  Ahora es necesario definir causalidad como la relación  entre un primer  evento y un segundo, siendo el primero la causa que origina el segundo. Por su parte la casualidad es atribuir un evento a lo fortuito del "destino".
 
A mi edad y ausencia de pelo (calvicie), no se todavía que es lo que ha moldeado mi percepción del mundo, considero causas de ello a mi  familia, la educación recibida, la religión, la filosofía, las experiencias vividas, o todas las anteriores. El caso es que lo casual o fortuito no entra, no cabe, en mi forma de ver el  mundo (cosmovisión). No así, es el caso de la  Causalidad, que tiene que ver con el hecho de que todo aquello que sucede, tiene su evento anterior, y aquello que no tiene explicación se lo atribuimos a un ser superior (Dios), que conduce nuestras vidas, Causa Primera.
 
En este dilema de la casualidad y la causalidad, les cuento una anécdota que fue cercana a la familia para que saquen sus conclusiones. 

Había una niña a la que llamaremos Milagros (lo que hay que hacer para no pagar derechos de autor), que frecuentemente iba a casa de mis padres. Lo cierto es, que Milagros era pobre -con esto no quiero decir que provengo de familia acaudalada, muy distante esto de mi realidad- y mi mamá (que quien la conoce sabe es que lo más cercano a un osito cariñoso) la atendía con la dulzura que la caracteriza y así fue por varios años. Una temporada, Milagros no fue más, mi madre la extrañaba y se preguntaba que habría pasado para que no la visitara. Al cabo de un tiempo, un día llega a la casa y le cuenta a mi mamá que se había mudado con una tía, a una urbanización que si bien no es lejos de la casa de mis padres, no era como su casa de la cual  iba y venía caminando. 
 
La casa donde vivía con su tía es de las urbanizaciones de la vieja Maracaibo, y aquí con el permiso de mis lectores, me permito explicarle un elemento del mobiliario indispensable para el clima de mi ciudad: el ventilador.  Maracaibo, tiene un clima muy caliente,  con una temperatura media anual de 33.6 ºC, así que aquí lo mínimo que hay que tener en cada espacio de las casas,  es un ventilador. La casa de la tia,  por ser vieja, tenía en las habitaciones unos ventiladores de techo verdaderamente antiguos, con un gran motor de gran peso y hechos de acero. Estos ventiladores, que de ahora en adelante -como si fuera un documento jurídico- les llamaremos, Ventiladores Prehistóricos, pues son grandes dinosaurios, estaban para el momento de la anécdota, en pleno funcionamiento.
 
Milagros cuenta que ella se encontraba  en su habitación,  haciendo sus deberes escolares sentada en una silla de madera, frente una mesa de pino. Era una tarde calurosa propias de la ciudad,  ya entraba la noche y se aproximaba la cena. Su tía, le había preguntado  momentos antes que quería comer y ella le había dicho que quería comer friticas -traduzco del español marabino al español latinoamericano:  plátano frito picado en yuliana o en círculos,  normalmente es acompañado con queso blanco rallados-. 
En el centro de la habitación de la niña, colgaba del techo, desde hace, no se cuantos años,  el "ventilador prehistórico",  que estaba girando a su máxima velocidad. Milagros, escuchó la voz de su tía,  quien desde la cocina le llama para comer. Con la voz de su tia, se acerca el aroma  de las grasas saturadas de las friticas.  En el momento que ella le responde a su tía, con el muy conocido Ya Voy!, se escucha un estruendo que retumba en toda la casa. La tía que no sabía dónde estaba su sobrina,  sale corriendo hacia la habitación pensando lo peor, al instante se encuentran a Milagros, parada en el marco de la puerta de la habitación, palida como una estatua,  mirando hacia dentro. Cuando la  tia dirigió la mirada hacia donde miraba la niña,   un pensamiento fugaz, hizo correr una lágrima por su mejilla. El ventilador de había desprendido yendo a parar sus aspas a las sillas de madera dónde estaba sentada Milagros escasos segundos antes, el golpe de las aspas de acero habían partido la silla por la mitad a la altura del espalda. 
Crunzando sus miradas,  entre el asombro y el desconcierto la tia pregunta: Dónde estabas cuando se cayó el ventilador?  Milagros  responde con la franqueza de quien cree en las casualidades: saliendo del cuarto,  porque me llamaste,  viste me salve !Gracias a las Friticas! 
Todavía recuerdo con alegría,  como mi madre me contaba esta anécdota,  pues ella, que es muy creyente le dijo a la niña: No hija, Gracias a Dios,  que tu tia te llamó para comer, quien te cuida y protege, es Dios, no unos plátanos fritos.

Es fácil confundir la causalidad con la casualidad,  y si me permite mi querido lector te pregunto: En la vida, en  tus acontecimientos,  a quién agradeces a Dios o a las friticas?

Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo -Educador