Corazón infinito
En muchas oportunidades le he dicho a mis alumnos que me gustaría que ellos estuvieran en el presídium en el acto de grado para que vean la cara de satisfacción de sus padres. Es tan notorio en más de uno el proceso de secreción de las glándulas salivales y su producto en conjugación con la fuerza de gravedad (traducción: se le cae la baba por los hijos). Eso personalmente lo admiro, y reconozco que a mi también me pasa con los pequeños grandes logros de mi hijos (que todavía están chiquillos), y comprendo esa emoción de satisfacción, orgullo y alegría. Claro ejemplo es el de una madre que ve a su hijo alcanzar una meta, agradece a la vida por el triunfo obtenido, pero a su vez mira esa meta como un logro personal. Recientemente les decía a mis padres que ya llevaban siete títulos académicos y es que cada título de un hijo es a su vez de su madre y/o de su padre, porque nadie nace solo o se hace solo. Siempre hay alguien a quien le debemos, siempre hay que agradecer.
Por otra parte, las desdichas de los hijos también son las de sus padres, y particularmente en la sociedad venezolana -que es matriarcal por antonomasia- de las madres. Conozco el caso de una madre que vendió su casa para mudarse a una ciudad a 10 horas de su residencia de toda la vida para estar cerca del hijo que está pagando condena en la cárcel. Demasiados padres y madres sufren de depresión como producto de las preocupaciones por los problemas de sus hijos. En alguna oportunidad escuché que el amor de los padre hacia los hijos es incondicional, pero el amor de los hijos a los padres es condicionado. Ésta frase se ha convertido en una verdad en mi vida, de manera muy especial a partir del momento que empecé a ser papá (por cierto tengo tres hijos, todos pequeños y es una locura la casa... pero FELIZ), pues es una verdad como que el sol ilumina, que uno dejaría de comer para que un hijo coma, que un verdadero padre, una verdadera madre daría su corazón, para que el hijo viva.
Pensando en ello, en las alegrías y en las tristezas, en los triunfos y en los fracasos de las personas y en como afecta la vidas de tantas madres, de tantos padres, le dije a mi esposa en medio de una conversación en estos días: ni siendo los mejores hijos, nunca podremos ser lo suficientemente agradecidos del amor que nos profesan nuestros padres. Pues cuando se tiene un hijo, en las buenas personas el corazón se agranda, a tal punto que el amor por los hijos convierte un corazón humano y mortal en un Corazón Infinito.
Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo y Educador
Filósofo y Educador
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