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sábado, 13 de junio de 2015

No es fácil ser padre

Recientemente el sufrimiento ha entrado  por la puerta principal y sin pedir permiso al hogar de un gran  amigo. Su hija mayor adolescente como consecuencia  de los cambios hormonales  y producto de la sinapsis irregular propio de la edad, se ha marchado  de su casa. El tema del joven que abandona su hogar es extenso de abordar, pero en esta oportunidad quiero enfocarme en el mundo vital de los padres.

La naturaleza está  diseñada  para que los padres dejen ir a sus hijos cuando ya han aprendido  a volar, cuando los progenitores sienten que su labor está acabada. La complicación se suscita cuando vuelan antes de tiempo y sus padres saben que ni están  preparados, ni se han ido de la mejor manera. Así  exactamente es la realidad que conocí  en estos  días. 
Cual espectador de una tragedia griega, vi sus rostros ofuscados por el dolor que parte el alma, ese dolor que amarra las comisuras  de los labios e inhibe la sonrisa y fue allí que en medio de la empatía, pues como ellos también soy padre, que pensé:  si los hijos supieran cuanto sufren los padres por ellos, si ellos pudieran tener la capacidad de observar  el desgaste mental que tenemos los padres pesando en nuestros hijos y su futuro, si pudieran hacerse con un don para sentir cómo el corazón se retuerce  cuando un hijo  sufre o enferma.
Si pudieran... o mejor dicho si nosotros hubiésemos  poseído esa capacidad o don sobrenatural, otro hubiera sido nuestro comportamiento en la adolescencia y  madurez  temprana. En una oportunidad le escuche a un sabio - de esos que se cruzan en nuestro camino y por quienes siempre hay que tener los oídos abiertos- que el amor de los padres es incondicional, en cambio, el amor de los hijos es condicionado. Tristemente, como hijos estamos siempre a la expectativa del afecto y la entrega de nuestros padres, sin importar la edad que tengamos, pero no siempre es recíproco de nuestra parte la entrega y el afecto que solicitamos. La sociedad actual, los avances de la ciencia, la comodidad del hogar, nos ha llevado a cambiar la percepción de nuestra temporalidad. Nos percibimos inconscientemente como seres eternos en este mundo, siendo esto la más grande falacia de la vida. Nadie sabe cuando dejará de existir en este espacio y tiempo, por ello no podemos postergar los abrazos, besos, los te amo para los seres queridos. Como padres estamos en una situación límite, vivimos con la ansiedad del futuro de nuestros hijos, más no por ello tenemos escusas para dejar de compartir y vivir su presente. 
Los hijos deben estar consciente del amor que sentimos por ellos, de ahí que es casi obligado dárselo a conocer mediante la comunicación cotidiana y el afecto expresado en gestos explícitos (abrazos, besos, risas, compartir). Puede ser que aunque el cerebro haga malas sinapsis, y llegue la rebeldía de la adolescencia, el soporte del amor resuelva los conflictos propios del cotidiano vivir. Esto es un pequeño consejo porque sé que no es fácil ser papá. 

Gustavo Córdova Rodríguez
Filósofo y Educador